Al verlo, caí a sus pies como muerto. Pero él, poniendo su mano derecha sobre mí, me dijo: No tengas miedo; yo soy el primero y el último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre. Yo tengo las llaves del reino de la muerte.
Apocalipsis 1,17-18
A lo largo de la Biblia en varios pasajes, en la aparición de ángeles, y hasta del mismo Jesús, aparece la frase No tengas miedo. En la vida usamos la misma frase cuando nuestros hijos e hijas se encuentran asustados, por una tormenta fuerte, por un corte de luz, por un dolor de panza insoportable, o una visita al hospital de urgencia. Casi como una frase mágica.
Pero no es la frase lo que los tranquiliza, sino la voz que la anuncia. En el caso de los hijos, escuchar al padre o a la madre decir “no tengas miedo”, genera en ellos una seguridad y un sentido de protección muy especial.
En este texto del Apocalipsis es la voz la que genera esa atención y calma sobre lo que será anunciado. Recordando la imagen del “buen pastor”, al cual las ovejas reconocerán básicamente por su voz.
Esa voz está anunciando un comienzo de vida diferente, asumiéndose como el principio y el fin. Con la victoria sobre la muerte una vez y para siempre. Y el estar presente en cada momento de la vida y también de la muerte. Por lo que ya no hay miedo, sino esperanza. La esperanza de saber que lo que hago o lo que haré está ligado a esa vida con Cristo, con Dios por y para siempre.
No tengas miedo, hay señal secreta, un nombre que te ampara cuando vas, en el camino que lleva a la meta hay huellas por la senda donde vas. (Canto y Fe Nº 204)
Carlos Kozel
Apocalipsis 1,9-20