Les escribo esto a ustedes que creen en el Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna. Tenemos confianza en Dios, porque sabemos que si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye.
1 Juan 5,13-14
Cuando el hombre rico del conocido relato del evangelio preguntó a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”, Jesús le recordó los mandamientos. El hombre le respondió que todo eso lo había cumplido desde joven. Jesús entonces lo desafió a dar un paso más allá: desprenderse de todas sus riquezas y bienes materiales y seguirle.
Cuando escuchó que debía desprenderse de todo aquello que le daba seguridad y aferrarse solamente a Dios, se afligió mucho y se retiró triste.
Podemos ver que la vida eterna no se obtiene a través del mero cumplimiento formal de mandamientos y leyes, sino a través de la confianza absoluta en el amor de Dios.
Juan afirma que sus lectores ya tienen vida eterna aquí y ahora, y no recién en el más allá. Esa vida perdurable es un regalo inmerecido que hace Dios a todos aquellos que creen en Jesucristo, y reconocen en ese ser divino y al mismo tiempo humano al Hijo de Dios, el Salvador y Redentor.
Frecuentemente escuchamos a grupos religiosos que predican una serie de leyes y requisitos morales como condición para obtener la salvación.
Sin embargo, nadie puede conseguir la vida eterna por sus propias obras y por sus méritos, sino solamente por la fe. Y esa fe tiene como fruto el amor y la solidaridad para con nuestro prójimo.
Oh, Dios eterno, tu misericordia ni una sombra de duda tendrá; tu compasión y bondad nunca fallan y por los siglos el mismo serás… Tú me perdonas, me impartes el gozo, tierno me guías por sendas de paz; eres mi fuerza, mi fe, mi reposo y por los siglos mi todo serás. (Canto y Fe Nº 263)
Bernardo Raúl Spretz
1 Juan 5,13-21