Pues bien, declaramos ante ustedes y ante todo el pueblo de Israel que este hombre que está aquí, delante de todos, ha sido sanado en el nombre de Jesucristo de Nazaret, el mismo a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó.
Hechos 4,10

Estas palabras me llevan a reflexionar sobre las estructuras religiosas que hemos construido. Permítannos detenernos un momento para considerar qué ocurriría si Jesús apareciera en la actualidad. ¿Le creeríamos? ¿Lo recibiríamos? En muchas ocasiones, hemos idealizado tanto a Cristo que nos olvidamos de su humildad. Hemos llegado a manipular su imagen en nuestras iglesias. Hablamos en su nombre, juzgamos en su nombre, tomamos decisiones en su nombre, peleamos en su nombre, nos enfadamos en su nombre e incluso nos distanciamos en su nombre. Y todo esto, en relación a aquel que es amor en su esencia, la verdad y la vida misma.

No dejemos que nuestras iglesias se conviertan en murallas sociales donde no haya lugar para Cristo. Así como ocurrió con los sacerdotes judíos que fueron testigos de un milagro de Cristo, cualquier estructura que se oponga no impedirá que se cumpla el propósito divino: amarnos unos a otros. Esto es válido porque es bueno, es justo y, a pesar de su complejidad, es esencial.
Recibamos en nuestras comunidades a todas las personas, esa es la misión de Cristo. Él les sanará y salvará. Nuestros prejuicios no aportan en nada.

Señor, hazme un instrumento de tu paz. Amén.

Felipe Sepúlveda
Hechos 4,10-12