El Señor afirma que él no los envió; falsamente hablan ellos en el nombre del Señor.
Jeremías 27,15
Tantos fetiches y amuletos, para “alejar” y aventar la “mala suerte”, como los falsos profetas. Las cintas rojas, como brazaletes, impuestos a los bebés, contra el “ojeo”. Y resuena Teresa de Ávila, con: “Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene… pues sólo Dios basta.” A propósito de no oír a adivinos, soñadores y hechiceros.
En lo más hondo de nuestro ser, de nuestro inconsciente, no buscamos procurarnos “cuidado” siempre, y no como precaución, sino más bien agitados por una percepción de inseguridad, a su vez, por el miedo. Cuántas veces nos pillamos cuidándonos de quien suponemos “peligroso”, hasta cruzamos la calle… ante quienes sentados o acostados, durmiendo en la vereda, y esto, solamente como proyección de nuestras propias sospechas.
¿Quién los invita a compartir el techo de una familia? Cobijados en tu cabaña, el día de desdicha.
Si tan sólo buscáramos ver tu rostro en los más sucios, desharrapados, y en consecuencia: despreciados. Quienes tantas veces también, siguen falsas profecías, desde la ignorancia. Su no saber, es tantas veces sólo debido a situaciones estructurales, ya casi naturalizadas, que tientan a tantas mentes débiles, no asistidos por la luz del cono-cimiento.
A cuenta de esto, Miguel de Unamuno, hace largo siglo: “Detesto la mezquindad de quienes poseen el conocimiento, y no lo comparten.” Descartados ya por no poder decidir en verdad, a quién servir.
Las promesas en falso, semejan las de quienes ultrajan el Bien Común, arrebatando las oportunidades, y sometiéndolos a vanas circunstancias, componendas pasajeras.
Por ello, a quienes acompaña la Palabra del Señor, les asiste Él.
Ana Oxenford
Jeremías 27,1-22