A los que tienen riquezas de este mundo, mándales que no sean orgullosos ni pongan su esperanza en sus riquezas, porque las riquezas no son seguras. Antes bien, que pongan su esperanza en Dios, el cual nos da todas las cosas en abundancia y para nuestro provecho.

1 Timoteo 6,17

Los que cuentan con mucho dinero y un importante patrimonio–no forzosamente, pero sí muchas veces– tienden a la ostentación, a mostrar que su riqueza les da poder, poder sobre los que no la tienen o tienen menos. Pueden hacerse servir, ocuparse ampliamente de su salud corporal, cumplir sus sueños –a veces estrafalarios–, pueden comprar voluntades, etc. De ahí viene el dicho popular: “El que tiene plata hace lo que quiere”.

Jesús no predicó el ascetismo ni enalteció la pobreza como virtud, pero en diversas oportunidades dejó ver con toda claridad, que las riquezas no favorecen las relaciones interpersonales ni las relaciones con Dios. En la misma línea el apóstol Pablo y sus sucesores advierten con diversos argumentos sobre la trampa que significa poner toda la confianza y expectativa en el dinero. Es que las riquezas no son seguras: latrocinio, reveses climáticos y por tanto malas cosechas, plagas (langostas), inversiones equivocadas, guerras, etc. podían fácilmente convertir al rico en pobre. Hoy en día no es muy distinto.

Entonces: ¿Por qué esforzarse en la acumulación de riquezas? Para un estilo de vida sencillo, con la confianza puesta en Dios –así la concepción de los apóstoles– Dios provee siempre lo necesario en abundancia. El consumismo no nos llevará a la felicidad y menos aún nos ayudará a enganchar la vida eterna. Al contrario, sobre-exige la sustentabilidad del planeta y nos hace dependientes de la materialidad de este mundo pasajero.

Federico Hugo Schäfer

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