…Y les dijo: “En las Escrituras se dice: ‘Mi casa será casa de oración’, pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones.”

Lucas 19,46

En muchas explicaciones de este pasaje bíblico se muestra a un Jesús enojado. El Evangelio de Marcos nos narra incluso que echa a los mercaderes del templo (Marcos 1,15). Pero antes que esto acontezca hay una primera reacción. Aquellas palabras dichas por Jesús, “mi casa es casa de oración”, reflejan la tristeza y el dolor que siente al ver la corrupción que había en el templo. El lugar de encuentro con Dios había perdido su razón de ser, para ser un lugar en donde se comerciaba el acceso a la divinidad. En Jesús vemos al Dios que sufre y se enoja con aquellos que ponen tributo al gran Amor que Él nos tiene. Ese Dios que se hace ser humano para estar más cerca, aún tiene que luchar contra la codicia de aquellos que le ponen precio a la Gracia. Y aunque sería lindo imaginar esta escena como algo del pasado, sabemos que a lo largo de la historia se ha repetido esta triste situación. Ejemplo de ello es la venta de indulgencias en la Edad Media, como así también las megas iglesias de hoy, donde se ofrece la salvación a cambio de dinero. Tantos años de Evangelio parecen no ser son suficientes para aceptar que Dios nos ama.

Hoy, más que nunca, debemos dar testimonio de las palabras dichas por Jesús. “Mi casa es casa de oración”. En medio de tanto cristianismo moralista y fraudulento debemos levantar una voz profética anunciando al Dios del Encuentro, que no necesita intermediarios, ni pastores que impongan diezmos, sino gente de buen corazón que venga a adorarle en comunidad allí donde se le invoque.

Raúl Müller Heindenreich

Lucas 19,41-48

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