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Juan era una lámpara que ardía y alumbraba, y ustedes quisieron gozar de su luz por un corto tiempo.

Juan 5,35

En el texto bíblico de este día, vemos cómo Jesús pone testigos de ese amor de Dios por nosotros. Sabemos que testigo es aquel que ha visto, que puede decir con verdad, que no miente, que es veraz que han sucedido estos acontecimientos en la realidad. Así vemos cómo en la vida de Jesús, los y las testigos, son parte de su historia, que no es una fantasía, no es una ilusión, no es una doctrina, no es un cuento, sino que el testigo afirma con veracidad lo que sus ojos vieron, lo que sus manos tocaron, lo que su razón captó y lo que su corazón creyó.

Así Jesús en el Evangelio, en esta oportunidad, pone como testigo a Juan el Bautista que ha dado testimonio de esa verdad. Juan tiene gran interés en que la gente se acerque a Dios. No era un profeta mediocre que necesitaba el aplauso ni los votos de la gente. Era una lámpara, que ardía y resplandecía, y el pueblo acudía a él para escuchar y encontrar las maneras de volverse a Dios.

Vemos que Juan es testigo de Jesús en las acciones que él realizaba. En ésas se expresa el amor del Padre. Juan no necesitaba, ni buscaba, ni esperaba el reconocimiento de la gente. ¡Qué grandioso es cuando nuestro obrar se hace por amor hacia el otro sin esperar nada a cambio, cuando son acciones gratuitas como las obras de Jesús! Su presencia nos ilumina.

Necesitamos iluminar la luz de nuestro Dios en palabras y acciones que generan esperanza, vida plena y la seguridad de un Dios que nos invita a vivir la fe con amor.

Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz que le da la vida y nunca andará en la oscuridad. (Juan 8,12) 

Marisa Hunzicker

Juan 5,31-47

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