Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.

Lucas 20,38

Cuando uno mira el cielo nunca va a poder abarcar todo con la mirada. De la misma forma es de imposible abarcar con nuestra comprensión humana lo que significa la resurrección. Es una promesa de Dios que no se puede abarcar con la comprensión de las cosas que tenemos del día a día.

¿Cómo será luego de nuestra muerte? ¿Cómo es la vida eterna?

Ambas fueron y son las preguntas de millones de personas.

En el texto del Evangelio, un grupo de saduceos le preguntan a Jesús sobre el tema y le ponen como ejemplo el de una mujer que se casa con siete hermanos, consultando a cuál de ellos pertenecería en la resurrección.

Los saduceos eran un grupo dentro del judaísmo que no creían en la resurrección. Eran personas buenas, pero que se limitaban a vivir el aquí y el ahora, pero no creían en la resurrección. Jesús entonces les respondió que los hijos de este mundo se casan y se dan en casamiento, como diciendo que la vida eterna es algo totalmente diferente a lo que logramos imaginar.

Curiosamente, la palabra del griego que habla de la resurrección, también refiere a la acción de ponerse de pie. Sin dudas, esto nos permite reflexionar sobre la adversidad y la necesidad de ayudar a otros a ponerse de pie. Cuando luchamos y buscamos la dignidad, somos semillas de la resurrección y de la vida. Cuando vemos que otros luchan para ponerse de pie aun teniendo que enfrentarse a injusticia, somos testigos de resurrección.

Eugenio Albrecht

Lucas 20,27-40

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