David le dijo a Abigaíl:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que hoy te envió a mi encuentro. Y bendigo a Dios por ti y por tu razonamiento, porque gracias a ellos me has impedido derramar sangre inocente y vengarme por mi propia mano”.
1 Samuel 25,32-33
Una mujer sabia y valiente evita una batalla. Una mujer sabia y valiente promueve la salida pacífica de un conflicto. Nadie ha tenido que morir, nadie tiene las manos manchadas de sangre. Queda la incógnita de quién tiene razón en este conflicto. ¿Es malo y empedernido el rico terrateniente Nabal porque le niega la hospitalidad al sincero David con sus hombres? ¿O es David un delincuente que con sus mercenarios anda ladroneando, extorsionando – y quien no paga es liquidado? Es cuestión del punto de vista. Aunque, de última, no tiene tanta importancia: porque para determinar quién tiene razón y para imponerse se habrá de librar una sangrienta batalla.
Abigail, la mujer de Nabal, rompe la lógica de victoria y derrota, de poder y venganza, y sale al encuentro de las tropas de David: les proporciona alimentos a los hambrientos. Su acción aporta todo lo necesario para la vida. La batalla se suspende. Triunfa la vida.
Por paz suspira el corazón humano: la paz, no simple ausencia de la guerra, la paz, no mudo ambiente de sepulcro, la paz, no mera fuga de la tierra.
Por paz, que es calidez de amor fraterno; por paz, que es bienestar y es alegría, por paz, que es de justicia rico fruto y tiene en Dios sus-tento y garantía. (Canto y Fe Nº 342)
Heike Koch
1 Samuel 25,1-17