Tú te llenarás de gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque tu hijo va a ser grande ante el Señor (…), y estará lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer.
Lucas 1,14-15
La noticia de la gestación de una nueva criatura nos llena de alegría. La llegada de un niño nos acerca a Dios porque nos hace partícipes de su obra creadora. Dios nos delega el poder de crear vida. Al ser padres y madres nos es confiada esa criatura, las primeras vivencias de ese ser son nuestra responsabilidad. Dependerá totalmente de nosotros los primeros años: que no tenga frío, que esté bien alimentado, calmarlo cuando esté asustado.
Es una responsabilidad inmensa. Sin embargo, en muchos casos, son satisfechas las necesidades materiales de un niño sin tener en cuenta que lo espiritual es igualmente importante: alimentar su creatividad, que reconozca y exprese sus sentimientos, que deje volar su imaginación, que esté rodeado de afectos. Pocas veces es preocupación de los padres la relación de ese niño con Dios.
Lo que es ángel le dice a Zacarías acerca del hijo que iba a tener con su esposa Elizabeth es que ese hijo tendría un vínculo muy especial con Dios. Ese hijo fue Juan, llamado el Bautista, y los evangelios nos cuentan de su misión tan particular y especial: anunciar a Jesús, el Hijo de Dios. También nos cuenta el aspecto y la manera de vivir tan particular de Juan, hoy diríamos que era “raro”. Sin embargo él preparó el camino al Hijo de Dios y a esa tarea dedicó su vida. Dios estuvo con él desde antes de nacer.
Beatriz Mónica Gunzelmann
Lucas 1,1-17