Ustedes, pues, amen al extranjero, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto.

Deuteronomio 10,19

Es un tema recurrente en nuestra sociedad la pregunta acerca del trato a los extranjeros. ¿Deben tener los mismos derechos que los demás ciudadanos del país? ¿Vienen a sacarnos nuestros trabajos y nuestros beneficios como salud y educación pública? ¿Nos importan la delincuencia desde sus países de origen? ¿A quiénes dejamos entrar a nuestro país y a quiénes no? Estos cuestionamientos surgen una y otra vez y en ocasiones se agudizan de tal manera que se transforman en hechos lamentables de violencia.

El texto bíblico es absolutamente claro: amen al extranjero. Y permítanme decirles que no existe el amor a medias tintas; no existen medios amores o amores con reserva. Se ama o no se ama. Y Dios nos indica a través del libro del Deuteronomio que debemos amar al extranjero. Amar significa respeto por la cultura e identidad del otro, respeto por el ser diferente y compartir los recursos que se tiene. El mismo texto bíblico dice también que Dios es creador de los cielos y de la tierra. Nuestras fronteras que nos hemos puesto son una creación del ser humano, pero Dios es Dios de todo este mundo en el cual habitamos. Entonces, ¿cómo vamos a limitar nosotros aquello que es de todos?

Convéncenos que por tener un Padre Dios somos hermanos. Su voluntad es que haya paz; justicia y paz van de la mano. (Canto y Fe N°300)

Sonia Skupch

Deuteronomio 10,10-22

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