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Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos.

1 Juan 3,1

¡Qué linda promesa nos hace Juan! Somos hijos de Dios. ¡Qué bien nos puede hacer sentir! Pero a la vez no es sólo una promesa, sino también un desafío. Vivir nuestras vidas como hijos de Dios incluye una gran responsabilidad, porque nadie quiere defraudar a su padre con una mala conducta en su vida.

Lo que escucho en muchos lugares son quejas sobre que los “chicos hoy en día” son terribles, mal educados, sin respeto y no sé cuántas cosas más. La culpa de esta realidad la podemos buscar en muchos lugares: la escuela, la televisión, la computadora, el internet, los celulares etc. etc. En una charla donde el tema nuevamente saltó, una madre se puso muy agresiva cuando la opinión de varios de entre nosotros era que el fundamento para el carácter de un chico se construye en la casa y que, por ende, ante todo tenemos que hacer responsables a los padres por los chicos mal educados. La madre insistía que ella y su marido en casa hacían todo lo posible para educar bien a su hijo y que el problema es “afuera”. En la escuela, en la calle. Es allí y en su entorno que los chicos se forman mal.

Yo crecí en los años 60 en Alemania en un barrio obrero con muchos chicos. Las reglas de este barrio estaban basadas en la violencia y la ley del más fuerte. Pero no importaba lo que pasaba en la calle: en casa había una revisión de los hechos y una corrección para mejorar la conducta.

No podemos negar nuestra responsabilidad. Seguramente hay cambios en los tiempos, pero aprovechemos el honor de ser hijos de Dios y luchemos por una vida digna de amor.

Así como tú, Señor, así como tú nos amas, así queremos amar. (Canto y Fe Nº 312) 

Detlef Venhaus

1 Juan 3,1-10

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