Mi pueblo viene y se sienta delante de ti, como acostumbra hacerlo, para oír tus palabras. Pero no las pone en práctica. Las repiten como si fueran canciones amorosas, pero su corazón va tras el dinero… Escuchan tus palabras, pero no las ponen en práctica.
Ezequiel 33,31-32

¡Cuánta paciencia tiene el bondadoso Dios antes de juzgar y castigar! No siempre el pueblo de Dios, las comunidades y el pueblo nuevo de Dios, la iglesia cristiana, pone en práctica las palabras que escuchan, pero van tras el dinero. Nos ocupa mucho tiempo lo terrenal, las cosas de esta vida, nuestro bienestar, nuestro prestigio, el poder sobre otros. La historia de la Iglesia registra miles de hechos en los que, por defender la fe en el Dios de la vida, intervino para matar, sojuzgar, imponer por la fuerza esa fe. Como ejemplo, nombramos las cruzadas para bautizar a los infieles, que fueron masacrados sin piedad en caso de negarse. En la Edad Media, cuando se quemaban a los que enseñaban a leer la Biblia -como lo sufrió Juan Huss o la persecución de Pedro Valdo y las comunidades valdenses, que debieron refugiarse en los Alpes. Martín Lutero también tuvo momentos de ofuscación contra algunos grupos y dejó de lado la misericordia. La Contrarreforma de la Iglesia, que persiguió y mató a los protestantes. Las misiones de la Iglesia llevadas adelante con “la palabra y la espada”, en casi todos los continentes ¡Cuánta paciencia tiene el bondadoso Dios antes de juzgar y castigar! El pueblo desterrado de su ciudad y patria escucha las palabras de Dios por intermedio del profeta. Pero no hay recuperación de la patria y el templo, lejos del cumplimiento de los mandamientos, viviendo en pecado. Nosotros también escuchamos las palabras y nos gustan. Suenan en nuestros oídos como canciones hermosas. Estar en comunidad y compartirlas es sanador y reconforta nuestro corazón, nos da ánimo y esperanza. Pero, dice Dios por medio del profeta, falta un paso más, la diaconía, el servicio.

Escuchar la palabra y hacer. Esa es la enseñanza. Acompáñanos con tu paciencia, oh Dios, para dejar la desobediencia. Amén.

Everardo Stephan

Ezequiel 33,21-33

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