Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos.

1 Juan 3,1

Leer o escuchar en este día que Dios nos ama incondicionalmente por el solo hecho de ser sus hijos, es una caricia al alma.
Cierto es que no siempre somos merecedores de ese amor. Que en nuestra fragilidad humana caemos a veces muy bajo. “Hasta tocar fondo” como el hijo pródigo.
Pero no existe “deuda” que Dios no pueda perdonar si hay arrepentimiento.
Dios es ese Padre amoroso de brazos abiertos y de corazón sensible que espera, que recibe y que hasta hace fiesta.
Amados en Cristo: con frecuencia se hace necesario ir venciendo conceptos erróneos, imágenes distorsionadas de aquel Dios que “aprieta pero no ahorca”. De un Dios que nos pone “entre la espada y la pared”. De un Dios que pone a prueba nuestra frágil fe y nos manda sufrimientos tan tremendos que es imposible aguantar.
Nuestro texto nos recuerda en este día que Dios nos ama como un Padre porque somos sus hijos. Y si un padre ama de verdad (porque también hay de los otros) siempre querrá lo mejor para nuestra vida. Aunque ese “querer bien” implique una advertencia, una reprensión o un llamado de atención.
Eso también es necesario y se desprende precisamente del amor. Ese amor que busca evitar una caída, un fracaso, una frustración, una equivocación.
Que Dios, ese Dios cuyo amor se renueva en cada amanecer, los guarde, los cuide y los proteja siempre. Amén.
Miren qué amor nos ha dado Dios Padre haciéndonos hijos de Él… Todos, todos somos hijos de Dios. (Cancionero Evangélico para Niñas y Niños Nº 57)

Stella Maris Frizs

1 Juan 3,1-10

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