Si dicen “sí”, que sea sí; si dicen “no”, que sea no, pues lo que se aparta de esto, es malo.

Mateo 5,37

“Te lo juro por Dios”, exclamó Julia, desesperada porque no es-taba logrando que Felipe le creyera. Poniendo a Dios como garantía de que lo que estaba afirmando era verdaderamente cierto ayudaría, pensó. Pero grande fue su sorpresa cuando Felipe le contestó, más indignado todavía que antes, que por favor no invocara a Dios en algo donde él nada tiene que ver. Porque si sus afirmaciones eran verdaderas no dependía de Dios sino de su propia honestidad. Y, en el fondo, si era necesario llamar a Dios como testigo, más dudosa se tornaba la veracidad de lo que le estaba diciendo.

Es cierto. Nuestras palabras son responsabilidad nuestra. El va-lor que tienen depende de nuestra integridad. Del respeto que nos hemos logrado ganar siendo cuidadosos y sumamente celosos de la veracidad de lo que afirmamos. No desparramando medias o falsas verdades que luego se tornan en contra de nosotros, y de las que nunca nos podremos volver a retractar. Respondiendo con nuestras actitudes a lo que decimos. En resumidas cuentas: siendo honestos, hacia dentro de nosotros y hacia afuera también. No engañándonos ni a nosotros mismos, ni a los demás, ni mucho menos intentando engañar a Dios.

Pues de última, aun si en el momento no logramos que se nos crea, la verdad siempre saldrá a la luz. No, porque acaso la hayamos invocado bajo juramento, sino simplemente porque es la verdad.

¡No vayan ustedes a Guilgal, ni suban a Bet-avén, ni juren por la vida del Señor! (Oseas 4,15)

Annedore Venhaus

Mateo 5,33-37

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print