No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará.

Lucas 6,37

Cada vez que leo este versículo pienso: ¡Qué difícil es para el ser humano seguir estos consejos y ponerlos en práctica! ¡Es tan fácil condenar al prójimo sin conocer su historia, sin saber sus verdaderos motivos, sin vivir su misma realidad, sin haber estado en sus zapatos! ¡Es tan fácil juzgar las decisiones y las acciones ajenas sin saber por qué! Es muy común medir la realidad ajena con la vara de nuestras experiencias y de nuestras oportunidades sin tener en cuenta que cada uno anda sus propios caminos y construye su propia historia.

¡Qué difícil que nos resulta, muchas veces, poder entender las decisiones ajenas como válidas! Desde hace tiempo vengo leyendo muchas informaciones encontradas en los medios: por un lado pedidos desesperados de comprensión y respeto y, por otro, un aumento asustador de falta de tolerancia y violencia verbal. Hay una enorme ola de intolerancia que nos está arrastrando, hay una agilidad asombrosa para juzgar y condenar sin saber, sin escuchar, sin ver. Se ven tan pocas manifestaciones de comprensión y de perdón. Hay tan poca escucha atenta, tan poco amor y, lamentablemente, tan poco respeto. Se juzga y se condena sin temor ni recelo, como si no hubiera un Dios que todo lo ve, que todo lo escucha y que todo lo sabe. ¡Qué poco perdonamos! Y ¡cuánto perdón pedimos! A veces pienso ¡qué difícil que resulta amar al prójimo como a nosotros mismos! ¿Será que es porque en realidad no sabemos amarnos a nosotros mismos?

Karla Steilmann

Lucas 6,36-42

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