Echen fuera esa vieja levadura que los corrompe, para que sean como el pan hecho de masa nueva y sin levadura que se come en la fiesta de Pascua.

1 Corintios 5,7

Pablo quiere entrañablemente a esta comunidad de Corinto. “Siempre doy gracias a Dios por ustedes”, dice en su saludo, “por la gracia que Dios ha derramado sobre ustedes por medio de Cristo Jesús” (v. 4). Pero ese amor no le impide ser duro a la hora de señalar sus desvíos, al contrario, ese amor le permite ser tiernamente duro. “Se ha sabido que uno de ustedes tiene como mujer a su propia madrastra”. “El hombre que vive en semejante situación debe ser expulsado de entre uste- des”. Hasta creo que buscando marcar la diferencia que el Evangelio hace en la vida de las personas exagera un poco cuando dice que “ni siquiera se da entre los paganos” (vs. 1-2).

La corrección, con toda la firmeza que merece, se da en el marco del amor. Y así debe ser en nuestras comunidades que tampoco están compuestas por mujeres y varones perfectos, sino por nosotros. Esa necesaria corrección que con amor no “hace la vista gorda” es la gran riqueza de este mensaje.

En aquel momento Pablo encuentra que “el hombre” debe ser ex- pulsado. La búsqueda es el cuidado amoroso de la comunidad. En ese marco, “echar fuera la vieja levadura”, ¿implicaría hoy la misma medida? Tal vez no. Lo que no debe perderse de vista es que el Evangelio no busca la condena sino la salvación, que pasa por el arrepentimiento. Lo de Pablo no es una crítica moralista, es la corrección fraterna que ve la paja en el ojo ajeno, pero que no pasa por encima la viga del propio. Y de eso, más de una vez Pablo dio testimonio.

Oscar Geymonat

1 Corintios 5,1-8

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