Los ancianos de Israel dijeron: “¿Por qué permitió hoy el Señor que nos derrotaran los filisteos? ¡Vamos a traernos de Silo el arca de la alianza del Señor, para que él marche en medio de nosotros y nos libre de nuestros enemigos!”

1 Samuel 4,3

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Una cintita roja en la muñeca para protegernos de la envidia y el mal de ojos. Una cadenita con la cruz, como regalo de comunión. Objetos como una cruz, una Biblia, una imagen de la virgen, o de algún santo, ramitas de olivo, etc. Objetos que funcionan como amuletos.

Usar amuletos es una costumbre que viene desde los orígenes de la humanidad. Como cristianos, como cristianas, también solemos usar objetos, que son símbolos, y a los cuales les atribuimos poderes o celestiales, o mágicos. Creemos que, teniéndolos, estamos protegidos y nos va a pasar nada. Que Dios nos protegerá. Y, muchas veces la importancia no está puesta en lo que simboliza el objeto, sino en el objeto mismo.

Algo así les pasó a los israelitas en los tiempos de Samuel. Tuvieron una batalla con los filisteos y fueron derrotados. No pidieron ayuda a Dios, sino que trajeron directamente el arca desde Silo como si fuera un amuleto, para llevarla a la próxima guerra. Y pensaron que, de esta manera, Dios iba a estar con ellos. Es como si ellos tuvieran el poder sobre Dios al tener el “objeto”, el arca.

El resultado de la batalla siguiente fue peor que el primero. No sólo que murió más gente, sino que los filisteos se quedaron con el arca como trofeo.

Querido Dios, ayúdanos a no querer manejarte como si fueras un amuleto, sino a que podamos entregarnos con confianza en tus manos y a aceptar tu voluntad. Amén.

Juan Dalinger

 

1 Samuel 4,1-11

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