El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido. Pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse en palabras.

Romanos 8,26

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La carta de Pablo a los cristianos perseguidos en la Roma Imperial, es una fuente de fe y esperanza para todos los tiempos. Especialmente para los momentos históricos y personales de angustia y desesperación.

En estos versículos, Pablo desnuda nuestra oración y nuestra relación con el Espíritu. Nos invita a confiar en la oración, enseñándonos a orar y a repensar nuestras oraciones; lo que equivale a decir, nuestra relación espiritual con Dios. En definitiva, nos impulsa a renovar la fe en Dios.

¿Por qué dice Pablo que no sabemos orar como es debido?

Porque nuestras oraciones parten de la premisa de que somos nosotros quienes tenemos que hacerle el plan de acción divina a Dios. Nuestra oración es casi siempre una larga lista de peticiones y desconfianzas de que Dios no hace nada y nosotros tenemos que reclamarle su inacción: Dios haz esto… cura aquello… sana esto… trae la paz aquí… termina esa guerra allá…

Oramos sin fe. Pensamos que Dios no ha hecho nada. Desconfiamos de su gracia. Oramos a un Dios dormido, cuando los dormidos somos nosotros. Oramos a un Dios ciego, cuando los ciegos somos nosotros. Creemos en un Dios ausente, cuando debemos saber: que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, a los cuales ha llamado… (Romanos 8,28)

La oración es un llamado al compromiso. Es decirle a Dios: ¡Aquí estoy! ¿Qué debo hacer ahora? La oración es estar atento al clamor del Espíritu y al clamor de los crucificados. Es el eco universal del parto de la historia y de la cruz de Cristo. La oración es dejar a Dios ser Dios. Es confiar en su liberación y comprometernos con la libertad que nos creó. Es la respuesta agradecida a lo que Dios ha hecho por mí y por su pueblo. Orar es confiar en un Dios presente, vivo, salvador y liberador, que se ha dado por ti y su pueblo.

Espíritu Santo, enséñame a orar, hágase tu libertad, en mi libertad, tu amor, en mi amor. Amén.

Rubén Carlos Yennerich Weidmann

Romanos 8,26-30

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