En cambio, el que comunica mensajes proféticos, lo hace para edificación de la comunidad, y la anima y consuela.
1 Corintios 14,3
Los profetas generalmente no fueron bienvenidos por los gobernantes, los jefes del templo o cualquier otro que ostentó poder. Los profetas, portavoces del Dios de la vida, tenían y tienen una tarea compleja; al tiempo que anuncian el proyecto de Vida Plena que Dios tiene para nosotros en su Reino, denuncian a los que se oponen a esa Vida Plena, en acciones injustas, opresivas, violentas, etc.
El texto bíblico muestra estas dos caras, aunque no siempre nos llame tanto la atención el anuncio del proyecto y resulta más resonante la denuncia de los que se oponen a él.
En las primeras comunidades cristianas eran muchos los y las pobres, las viudas, los y las huérfanas, los enfermos y dolidos… eran muchas las personas que recibían con esperanza el anuncio del profeta, la pronta llegada del Reino, de la plenitud de la Vida y el cumplimiento de la Justicia: pan a los hambrientos, salario digno a los trabajadores, salud para los enfermos, cuidado a los desprotegidos, abrigo a los desamparados…
Así las comunidades se fueron edificando diacónicas y misioneras simultáneamente, pues no se quedaron en el anuncio del profeta, sino que vivieron las primicias de ese Reino anunciado y experimentado en la solidaridad de los y las hermanas de la comunidad cristiana.
Cuando el pobre nada tiene y aún reparte, cuando alguien pasa sed y agua nos da, cuando el débil al más débil fortalece, va Dios mismo, en nuestro mismo caminar. (Canto y Fe Nº 317)
Peter Rochón
1 Corintios 14,1-5