Por aquel tiempo, Dios habló en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías, y Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán…

Lucas 3,2b-3a

Quizás no haya otra opción que entrar al desierto. El desierto enseña al ser humano lo esencial, le conduce a la extrema escasez de su existencia, amenaza su vida. El desierto es un lugar de la autognosis (conocimiento de sí mismo). Éste es un lado. El otro es que el desierto es el lugar de la experiencia de y con Dios. Aquí Dios reveló su nombre, aquí el pueblo de Israel experimentó cómo Dios lo llevaba a través de todos los peligros y escases. Quien quiere encontrar a Dios debe trasladarse al desierto.

Raras veces vamos a desiertos, menos para prepararnos. Raras veces estamos dispuestos a ayunar y a prescindir de nuestras comodidades. Pero quizás ya alcanza con entrar al “desierto interno”. Tal vez ya es el comienzo, si no tomamos como medida de nuestra vida todo lo que nos sobreviene día por día. Cuando empezamos a meditar sobre lo que es realmente importante, qué es decisivo para el futuro. Así ponemos en medio de nuestro “desierto” un camino, una huella en la cual avanzamos hacia él, que viene a nuestro encuentro.

No tengas miedo, hay señal secreta; un nombre que te ampara cuando vas en el camino que lleva a la meta, hay huellas por la senda donde vas. (Canto y Fe N° 204)

Wilhelm Arning

Lucas 3,1-6

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