Lo que digo es esto: Dios hizo una alianza con Abraham, y la confirmó. Por eso, la ley de Moisés, que vino cuatrocientos treinta años después, no puede anular aquella alianza y dejar sin valor la promesa de Dios. … El hecho es que Dios prometió a Abraham dárselo gratuitamente.

Gálatas 3,17-18b

Pablo opone ‘ley’ y ‘promesa’, realidades diversas, para resaltar la gratuidad de la herencia que el Señor concede a quienes creen en su Palabra.
Las bendiciones prometidas a Abraham no fueron alteradas por las posteriores obligaciones impuestas en la ley mosaica, que vinieron cientos de años después. La ley no puede anular el testamento de Dios, manifestación de su voluntad, y la promesa hecha a favor de Abraham. Un testamento tiene valor definitivo. Si la ley fue posterior a las promesas, no puede anular la promesa, que es un testamento.
La promesa de bendición hecha a Abraham y su descendencia muestra que Dios se decidió por el camino de la promesa. Una promesa significa que Dios actúa por una disposición unilateralmente establecida, vale decir, dada en virtud de la libre iniciativa de su gracia. En el uso del lenguaje que hace Pablo se expresa este elemento de gratuidad: ¡Dios da sin contraprestación! La promesa hecha por Dios a Abraham es incondicional, resultado de un puro favor de su benevolencia y su amabilidad (cf. Génesis 17,2.19.21). De esta manera, nadie podrá gloriarse ante del Señor (Romanos 4,2.13-17).
Señor Jesucristo, concédenos el confiar y sabernos tuyos/as con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, en salud o en enfermedad y con ello coherederos -contigo y a través tuyo- de la promesa dada a Abraham. Amén.

Miguel A. Ponsati

Gálatas 3,15-18

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