Algunos dijeron: Beelzebú, el jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre (Jesús) el poder de expulsarlos.

Otros, para tenderle una trampa, le pidieron una señal milagrosa del cielo.

Lucas 11,15  y 16

En virtud del contacto con Jesús, un mudo recupera el habla; alguien atrapado en la realidad demoníaca de no tener voz recupera la capacidad de decir y de pronunciarse, algo de por sí muy significativo para una sociedad que condenaba a tanta gente a la marginación y al silencio.

Muchos se maravillaron por este acontecimiento, pero otros reaccionaron de manera negativa, desacreditando a Jesús. Su oposición a Jesús era tan férrea que los llevó al extremo de negar lo evidente y, en ese empeño, a recurrir a argumentos retorcidos y capciosos: “Su poder de sanar viene de Beelzebú”; “Que alguien haya sido liberado de su silencio es insignificante, nosotros reclamamos una señal del cielo”.

A veces, los seres humanos podemos encerrarnos tanto en nuestras posturas que, en el afán de afirmar nuestra posición y negar la del otro, decimos y hacemos cosas que van, como en este caso, desde lo ridículo hasta lo éticamente censurable. A veces, también caemos en tal ceguera espiritual que nos volvemos completamente incapaces de reconocer a Dios, hasta en aquello que rompe los ojos.

La vida se empobrece cuando capitulamos ante la necedad y la ceguera espiritual. Por el contrario, se enriquece cuando la vivimos como una permanente invitación a abrirnos a Dios y a ir más allá de ese recorte de la realidad que suele estar detrás de las posturas irreductibles.

Oración:

Líbranos, Señor, de la negatividad con respecto a ti, a los demás y a nosotros mismos. 

Raúl Sosa

Lucas 11, 14-23

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