Acuérdense de que también ustedes tienen que responder ante un Señor que está en los cielos.
Colosenses 4,1
Estoy viajando en el transporte público un domingo para acompañar a una comunidad con la celebración del culto. Enfrente está sentada una mujer joven, con dos hijos que le hablan y reclaman un poco de atención. Ella no deja de mirar su teléfono móvil mientras escribe rápidamente algunas palabras y espera ansiosa la respuesta. Que venía, casi simultáneamente, con lo que ella ya escribía nuevamente. Una y otra vez. Vivía el momento, como aislada. Los niños seguían incómodos, inquietos y reclamando atención. Con una mano los alcanza a tocar para hacerlos callar. Un rato, hasta que comienzan de nuevo.
No era nada especial, sólo una pregunta querían hacer, una mirada de atención, reconocimiento de su existencia.
Situaciones como ésta se pueden vivir varias por día, personas cruzando la calle mirando su celular sin advertir los peligros, amigos que van juntos pero cada uno por su lado está viviendo su realidad…
Y yo venía pensando en el párrafo base de la meditación. ¿Cómo hablar a las personas hoy, ocupadas en el momento nada más, acerca de que vivimos cotidianamente delante del Dios de la vida, y que nos pedirá explicaciones por lo que hicimos en su reino?
Los consejos son bien prácticos: respeto y amor entre mujer y hombre, reconocimiento a los mayores; padres, “no hagan enojar a sus hijos, para que no se desanimen”; alegría en el trabajo, justicia en las relaciones laborales, servir al Señor, uy… Dice el apóstol que debemos responsabilizarnos ante el Señor, pero que él no hace diferencia y da a cada uno lo que le corresponde.
No queda otra, si estamos convencidos de creer y de actuar así, no podemos más que seguir avisando, anunciando, advirtiendo, aunque a nuestros oyentes les parezca muy lejano “ese día”.
Everardo Stephan
Colosenses 3,18 – 4,1