Al día siguiente, algunos de los judíos se pusieron de acuerdo para matar a Pablo, y juraron bajo maldición que no comerían ni beberían hasta que lograran matarlo. Eran más de cuarenta hombres los que así se habían comprometido.
Hechos 23,12-13
Estos dos versículos no se entienden sin conocer la historia que cuenta el resto de los versículos anteriores; resumiendo: Pablo predicaba en las distintas ciudades un mensaje nuevo; había dado testimonio de su conversión y había hecho milagros. Todo esto había generado confusión entre la gente.
La reacción ante lo nuevo es el miedo a lo desconocido, miedo que se transforma en enemigo y así se despierta la violencia: atacar, destruir, aniquilar, matar son las ideas que surgen.
También es matar cuando a quien piensa distinto o hace algo que no nos gusta, le desacreditamos toda su persona y su accionar.
La tolerancia no es virtud simple. Para poseerla hay que decidir cultivarla. Necesitamos deshacernos de los miedos, permitirnos la posibilidad de experimentar algo distinto o conocer personas, esas personas que son los otros, pero conocerlas en serio: saber cómo piensan, qué les pasa, qué les duele, cuáles son sus pesares, desde qué lugar miran la vida; y si logramos decir: “no comparto lo que haces, ni me gusta tu comida pero te respeto”, entonces habremos adquirido alguna herramienta que nos haga más tolerantes.
Para que ante lo desconocido no nos gane el miedo tenemos que poder conocerlo, tenemos que poder reflexionar, ver las distintas aristas, mirar el mundo con los lentes de otros, caminar en los zapatos ajenos… así puede crecer la tolerancia, y la experiencia de nuestras vidas se vuelve claramente más rica.
Cristina La Motte Hechos 23,12-35