Mientras tanto, los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando el evangelio.
Hechos 8,4
Millones de personas en el mundo están huyendo. Desterrados por guerra, hambre y pobreza. Buscando una vida en condiciones de seguridad. A veces dan con gente amable quienes les dan la bienvenida. A menudo se topan con desconfianza y rechazo. Entre los refugiados que llegan a nuestros países también hay muchas cristianas y cristianos de Siria, la cuna del cristianismo. Si no fuera por la tradición de ellos, nuestras iglesias en América Latina y Europa no existirían.
Los relatos del libro de los Hechos nos acercan a esos orígenes. Los primeros cristianos (que en ese tiempo aún no se llamaban así) fueron expulsados de Jerusalén. Gran parte de ellos llegaron a Antioquía, la tercera ciudad en importancia del Imperio Romano, en Siria. Allí fundaron una congregación integrada por miembros de diversos orígenes. Allí en Antioquía fue la primera vez que se los denominó “cristianos”.
Si no fuera por aquellos refugiados, el evangelio difícilmente se hubiera difundido tan pronto y tan extensamente. Precisamente por el hecho de haber sido desterrados, esas personas que creían en Jesús, el Mesías, el libertador, llegaron a ser testigos de la liberación. Por medio de ellos, los refugiados, el cristianismo pudo extenderse por todo el mundo.
Creo que Dios puede y quiere hacer surgir cosas buenas a partir aun de lo peor. Para ello necesita personas a quienes “todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8,28). “Creo que en cualquier situación de la vida Dios quiere darnos la suficiente fuerza vital que necesitamos. Pero no nos la da por adelantado, para que no nos confiemos en nosotros mismos, sino sólo en él.” (Dietrich Bonhoeffer 1943)
Heike Koch
Hechos 8,4-25