Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
Hechos 4,12 (RV 1955)
Los iletrados del pueblo (v. 13), los humildes seguidores del Camino, aquel Pedro y Juan, seguramente cansados y turbados por haber sido puestos en la cárcel, por ser buena gente nomás… nos regalan esta frase testimonial y de fenomenal fe.
Como todo testimonio, no surge simplemente de la casualidad sino de la solidaridad castigada, puesta en sospecha e interrogada por los poderosos ilustrados.
Habían puesto de pie a un pobre mendigo del Pórtico del Templo. Lo habían rescatado sin moneda pero con una profunda y tierna solidaridad. Lo habían visto, lo levantaron, y fue su carta de salvación.
Salvaron sus vidas porque salvaron sanando a un pobre tirado y marginal. Y así nos llega a nosotros la salvación también, hecha evangelio. Ese humano gesto sanador y liberador de ese pobre hombre de 40 años, anónimo cercano, levantó una ola tremenda de sospecha, cual piedra en avispero. Fueron encarcelados y llamados a dar explicaciones de “tamaña” solidaridad por las autoridades políticas y religiosas. ¿Con qué poder y en nombre de quién, hicieron semejante acto de ternura? (Hoy se diría, en nombre de quién y por qué intereses levantan al pobre de la marginalidad)
Corajeando y empoderados por la espiritualidad graciosa, Pedro y Juan, discursearon con su verdad, acompañada por la coherencia y el ya no tan pobre anónimo de pie al lado de ellos.
En el nombre del que ustedes rechazaron y mataron con sus mentiras. En ningún otro nombre bajo el cielo podremos sanar, levantarnos y salvarnos de la bajeza inhumana a la que nos someten.
Y no encontraron objeciones contra ellos en esa parodia de juicio, y por eso se fueron siguiendo el Camino, y quedaron hechos palabra divina.
Rubén Carlos Yennerich Weidmann
Hechos 4,1-12