Dios que da la semilla que se siembra y el alimento que se come, les dará a ustedes todo lo necesario para su siembra y la hará crecer, y hará que la generosidad de ustedes produzca una gran cosecha.
2 Corintios 9,10
Imaginemos que tenemos una bolsa de semillas. Son granos pequeños, y eso también es sorprendente, porque son pequeños y muchos dan grandes frutos. Uno puede asegurar sobre la riqueza que tiene nuestra naturaleza, que hace de cosas tan pequeñas las plantas que pueden alimentar y satisfacer a los animales y a seres humanos.
Pablo también reflexiona sobre la conexión entre la siembra y la cosecha. Llevó a cabo la recolección de las ofrendas para la iglesia empobrecida en Jerusalén. “¡No tengas miedo!”, le dice a su iglesia, “La mano que da siempre recibe”, “Dios da suficiente semilla y pan, ¡podes experimentarlo!” “¡Los frutos de la justicia pueden crecer entre ustedes y los frutos de gratitud pueden florecer en otras comunidades!”
Volvamos a la imagen de la semilla divina y consideremos lo que estamos haciendo con los dones de Dios en nuestras vidas. Dios nos da una especie de bolsa de semillas desde el principio de nuestras vidas. Estas semillas son nuestras posibilidades y habilidades. ¡A menudo son muy pequeñas! Diminutas como estas semillas. Suficientes como para ponernos a sembrar. Pero depende de nosotros difundirlo y dejarlo crecer. A veces pensamos que las cosas pequeñas que podemos hacer no son importantes. Pero una vez más miremos la bolsa de semillas y los frutos que pueden dar. Tan pequeñas y los frutos tan grandes. Así que no descartemos nuestros dones. Reguemos la semilla y dejemos que Dios la haga crecer y dar fruto. Y seguramente alguien dará gracias a Dios por todo lo producido. Amén.
Marisa Hunzicker
2 Corintios 9,10-15