Oíd, pueblos todos, está atenta, tierra, y cuanto hay en ti; y Jehová el Señor, el Señor desde su santo templo, sea testigo contra vosotros.
Miqueas 1,2
El profeta Miqueas pronunció juicio sobre las ciudades de Samaria y Jerusalén, en Judá, ciudades importantes con problemas sociales semejantes a los de nuestras ciudades actuales. Condenó en ellas la violencia, la corrupción, la codicia, el materialismo, el sexo ilícito, entre otros.
La orden “Oíd, pueblos todos” significa eso: Todos los pueblos, toda la gente, inclusive nosotros en el lugar donde nos encontremos. Su mensaje tiene vigencia, es actual, aunque haga referencia a situaciones específicas de otra época, porque trata sobre ciertos principios éticos inalterables, propios de la existencia humana.
Los actos pecaminosos de individuos y naciones traen “sus propias consecuencias o castigos”. Hoy, por ejemplo, la agresión contra el ambiente contamina ríos, trae enfermedades y muerte. La violencia y opresión engendran más violencia, y así tantas filosofías de vida sirven a la muerte en este mundo.
Dios, a través de Miqueas, declaró su ira con la esperanza de que la gente regrese a él y lo sigue haciendo hoy. El castigo no fue ni es su meta. La ira de Dios nunca supera su amor, sino que, es “expresión de su amor”.
Con brazos fuertes y tiernos me abrazas, a pesar de mi estado y desvío… Tú siempre estás ahí. Mi condición humana queda perpleja ante tu ser, y tiembla de miedo… Pero ahí están tus brazos, otra vez, que me reciben tal cual soy. Me impresiona tu amor, y eso es lo que me mueve cada día a encontrarme contigo. Amén. (Omar Cortés Gaibur)
Soraya Pereyra