El obispo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable; no arrogante, no colérico, no bebedor, no violento, no dado a negocios sucios; sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí. Que esté adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza…

Tito 1,7-9

Por mucho tiempo hemos practicado la paciencia, hemos contado hasta diez y hasta veinte, nos hemos llamado al silencio ante conflictos, divisiones, posturas encontradas o acciones y pensamientos que van en contra del contenido del Evangelio. Por mucho tiempo nos hemos convertido en tibios y sin darnos cuenta nos hemos ido confundiendo entre doctrinas, pensamientos, ideologías distantes a nuestra identidad protestante y a nuestra forma de interpretar la Palabra. Sin darnos cuenta, por ese camino hemos llegado a ningún lado.

De alguna manera quizás nos hemos ido contaminando de esa confusión. Pero, ¡no hay nada nuevo bajo el sol! ¿Verdad? Ya en la época de esta carta a Tito las advertencias y recomendaciones para poder llevar adelante las tareas de la iglesia, los roles de liderazgo, no son algo que se den naturalmente ni sólo por obra del Espíritu. Pablo presenta una lista de requisitos entre los que destaca el “ser irreprochable, no arrogante, ni colérico, no bebedor, no violento, ni dado a los negocios sucios.”

En cambio invita a ser hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí. Adherido a la Palabra y a la doctrina. Que podamos recobrar la valentía de quienes se arriesgaron a tomar posturas, quienes se preguntaron por la voluntad de Dios, quienes iniciaron caminos de discernimiento y se animaron a gestar comunidades de fe inclusivas, en libertad, amorosas, contenedoras y liberadoras de toda opresión. A partir de la coherencia y la ética en el compromiso del amor al que Jesús nos llama y nos convida a amar.

Carola Tron

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