Pórtense como personas libres, aunque sin usar su libertad como un pretexto para hacer lo malo. Pórtense más bien como siervos de Dios.
1 Pedro 2,16
El significado de la palabra libertad, que más se impone sobre cualquier otro, es aquel que surge de nuestra experiencia de vida. Sabemos lo que es la libertad y percibimos su inmensa importancia cuando gozamos de ella, de sus muchos frutos o de algunos de ellos. También sabemos del valor de la libertad para nuestras vidas cuando no podemos vivir en libertad y vemos su ausencia en quienes carecen dramática y dolorosamente de toda o casi toda experiencia de libertad, sea por razones políticas, económicas, sociales o religiosas.
Por la obra de Cristo los creyentes hemos alcanzado plena libertad. Somos libres de cualquier poder en el mundo y también del poder del pecado y de la muerte, que ha sido el último en ser vencido. En esta convicción se ha sostenido la actitud de los cristianos que a lo largo de la historia han luchado por la libertad de las personas y buscaron sostenerla con fe y esperanza. La misma convicción que aún hoy debemos tener, fortalecer y acrecentar en obediencia a Dios y Jesucristo.
Según el apóstol Pablo vivimos en libertad para servir a Dios y al prójimo. Por eso el don de la libertad no puede siquiera rozarse con una mala acción. Quien hace lo malo pierde su libertad y vuelve a sufrir la peor de las formas de esclavitud: la del pecado. El mal que hacemos se vuelve, en sentido bíblico, el más poderoso opresor y quien nos lleva al pasado de nuestra esclavitud.
Quien sirve a Dios y a su prójimo goza de la libertad que aleja el temor y se enfrenta con valor y fe al mal de este mundo, a su egoísmo, a sus mezquindades y violencia. Quien vive la libertad que ofrece Dios la desea también para su prójimo y ha de darla a conocer; y hará que otros la saboreen mediante su propio testimonio de servicio alegre y confiado. Amén.
Delcio Källsten