Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, también hay cuerpo espiritual.

1 Corintios 15,44

Encontramos en la carta de Pablo a los Corintios un compendio de cosmovisión y antropología cristiana. Lo particular de esta antropología es que lo específico del ser humano no es su espíritu, sino también su cuerpo, la unión de ambos.

En la antigua Grecia el cuerpo era lo imperfecto, lo corrupto, siendo el espíritu inmaterial lo perfecto. Cristo le devuelve la dignidad también al cuerpo.

Esta doctrina tiene implicancias para el cuidado del cuerpo humano y la salud. No debemos cuidar únicamente nuestros pensamientos y sentimientos. Como cristianos, no podemos negar nuestra corporeidad, también el cuerpo es importante, su materialidad, su cuidado, su dignidad.

Poder pensar la dignidad y perfección de los cuerpos implica aceptarnos cabalmente; cuerpos múltiples, perfectos, dignos y libres.

Al hablar de la resurrección, Pablo establece una distinción entre lo material y lo espiritual, además de distinguir entre distintos cuerpos materiales. Distinción que no implica separación, porque cuerpo y espíritu están indisolublemente unidos.

Lo que hace único al ser humano es precisamente esta unidad. La muerte es la pérdida de ella con el fallecimiento del cuerpo y la resurrección es la recuperación de la misma.

Negar el cuerpo, implica negar al ser humano como tal. Como cristianos debemos comprometernos a vivir con plenitud, asumiendo nuestro compromiso con el cuidado y defensa de la dignidad humana.

Deborah Verónica Cirigliano Heffel

Compartir!

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Print