Jesús… se apareció primero a María Magdalena… Ella fue y avisó a los que habían andado con Jesús… Éstos… no lo creyeron.

Marcos 16,9-11

María Magdalena ha caminado junto a Jesús. Ha sido testigo de sus muchos milagros. Ha escuchado sus palabras y estado atenta a sus enseñanzas. Ha visto en Jesús a aquel que le restituyera la dignidad. A aquel que le tomara la mano para levantarla cuando estaba postrada. Ha encontrado en Él alguien que le hablara a los ojos, que entablara una relación de iguales, que le pidiera más que ordenara, que le empoderara. Una mujer, que ha sabido muchas veces en su vida de silencio y frialdad, se convierte ahora en testigo del misterio:

¡Ha resucitado! Y a pesar de quizás no terminar de comprender intuye que algo maravilloso ha ocurrido y va a dar aviso a quienes, como ella, han andado junto al maestro. Pero, se encuentra ante la incredulidad de quienes la escuchan. Quizás es demasiado el milagro para ser comprendido. Quizás el desánimo les ha ganado la pulseada. Quizás porque María Magdalena sea mujer es que no le crean. A pesar de todo, ella sabe que, al igual que muchas otras, es invitada ahora a ser testigo del que vive. A levantarse y vivir. Ya no muerta, jamás muerta, sino resucitada a la luz clara, plena, libre para siempre de tinieblas. Llamada al despertar de un día nuevo, una vida nueva. No más inmóvil, sino transitando el camino cada día. Ya no en silencio, sino alzando la voz y los pañuelos por quien calla todavía. Ya no en soledad, porque son muchas, compartiendo la marcha y la danza. Ya no olvidada, sino recordada y presente en palabras y gestos. Anticipando reencuentros y sonrisas como anticipo del reino. Testigo firme del Cristo vivo.

David Juan Cirigliano

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