Señor, ¡qué bien que estamos aquí!
Mateo 17,4
De chico recuerdo que para mí crecer significaba que podría pasar la frontera sin tener que hacer papeleos ante el juez de paz de mi ciudad. También significaba que podría manejar un auto, y eso era un gran paso. Pero crecer significa algo más que solamente cumplir años, o ser más alto, – también significa madurar.
Existen dos conceptos de lo que significa madurar: uno, el más común y que todos manejamos, y otro, el concepto bíblico. Cuando pensamos en madurar decimos: es alguien responsable, independiente, andar solo por la vida. Pero para la Biblia, maduro es alguien que está ligado a la comunidad en relación con Dios y con los demás. La madurez cristiana no te lo da el ser independiente, sino el poder vivir con otros.
Nos hacen creer que somos maduros cuando somos independientes y nos podemos arreglar solos. Y así andamos sufriendo por la vida intentan-do vivir de maduros, pero muy solos. “Arreglate como podés”, “el buey solo bien se lame”, etc. Mucha gente camina hablando sola, y es el fruto del concepto de madurez moderno.
Para la Biblia ser maduro es cumplir con lo que Dios quiere para nosotros, vivir en relación. Al llevar Jesús a los discípulos al monte a ver la transfiguración, les dio la posibilidad de tener la experiencia de comunidad.
El sentido de vivir en comunidad es un sentido de estar completo, es-tamos todos, y porque estamos todos, entonces estamos bien, y sólo así somos verdaderos discípulos. Este es el sentido bíblico. Nos necesitamos los unos a los otros.
¡Solos estamos incompletos! Sólo así formamos el cuerpo de Cristo. Ser comunidad es madurez. Por eso nos engañamos cuando no vamos a la iglesia y pensamos que alcanza cuando oramos solos en casa. Falta algo, falta tu hermano, tu hermana. No se madura fuera del cuerpo de Cristo. Así experimentamos la familia de Dios y allí es donde decimos, ¡qué bien que estamos acá!
Dios hoy nos llama a un momento nuevo, a caminar junto con su pueblo, es hora de transformar lo que no da más, y solo y aislado no hay nadie capaz. (Canto y Fe Nº 269)
Sergio López
Mateo 17,1-13