No crean ustedes que yo he venido a poner fin a la ley ni a las enseñanzas de los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero significado.

Mateo 5,17

El pequeño Ari estaba emocionado. En la reunión había escucha-do que Jesús no espera lo imposible de él. Que lo ama, así como es. Y que le perdona sus equivocaciones. “Entonces”, le plantea a su abuelo, “no es tan grave si hago algo que no está bien. Jesús me perdonará”.

El abuelo lo tomó en sus brazos y lo sentó en su regazo. “Por supuesto que Jesús te ama, Ari. Y por supuesto que te perdonará. Pero eso no significa que ya no le importe lo que haces, dices, sien-tes o piensas. Muy por el contrario, quienes nos sentimos santificados por la muerte y resurrección de Jesucristo sabemos bien que nuestra fe no nos libera al libertinaje desenfrenado. Que bajo ningún concepto la pertinencia de los mandamientos de Dios está superada. Que no es tan así que podemos hacer lo que queramos porque ya no interesa. Sino que, muy por el contrario, la voluntad de Dios plasmada en las enseñanzas de Jesús nos compromete, más que nunca, a una vida en fidelidad a sus mandamientos. Pero ya no como condición para poder formar parte de su gran familia sino como respuesta a ese incondicional amor que Dios nos tiene, y a través del cual nos pone en paz.”

Una vida en fidelidad a Dios, no para conseguir su paz sino porque ya la hemos conseguido. Ari quedó pensando. Si Dios verdadera-mente lo ama tanto, él no lo debería defraudar.

Así como tú, Señor, así como tú nos amas, y nos amas, así queremos amar. (Canto y Fe Nº 312)

Annedore Venhaus

Mateo 5,17-20

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