4º domingo de Cuaresma, Laetare
Era necesario hacer una fiesta y regocijarnos, porque tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.
Lucas 15,32
¡Por fin llegó a la mayoría de edad! Juan rebalsa de deseo de aventura, el aire de libertad del mundo lo tienta. Luego de tantos años de escuela poder experimentar cosas nuevas, otra cultura, otro idioma, sentirse uno mismo en un ambiente nuevo. Esa sensación: el mundo se me abre por delante.
Un año de voluntariado en el extranjero. Colaborar en algún lado, hace algo útil. Sin embargo, las experiencias también incluyen que las cosas puedan salir mal, que surjan problemas. Vienen momentos de nostalgia, o uno se siente totalmente solo porque el idioma no es tan fácil como pensaba. O a uno lo asaltan, y pierde la notebook y el teléfono celular – todo eso puede pasar, y llega a pasar. No es agradable, pero puede ser parte de la experiencia.
Juan interrumpió su año de voluntariado. Estaba triste, no veía nada claro. Sentía vergüenza de haber fracasado. Cabizbajo volvió a la casa.
La historia del “hijo pródigo” cuenta del deseo de salir a vivir experiencias nuevas y del fracaso, y del amor inquebrantable de padres que abrazan a su hijo sin preguntar qué fue lo que hizo – porque para ellos eso no es lo que importa. Su amor es consistente, y para los hijos es confiable, en cualquier situación.
Este padre con su amor inquebrantable llegó a ser símbolo del amor de Dios y su amor.
Aunque se perdiese toda la Biblia y permaneciese solamente esta parábola, todo estaría salvado. (Martín Lutero)
Dios nuestro, venimos a ti, somos tus hijas e hijos. Guíanos para que aprendamos a mirarnos unos a otros con ojos nuevos, que nos escuchemos con corazones nuevos y nos tratemos unos a otros de manera nueva. Amén.
Heike Koch
Salmo 34,1-6; Josué 5,9a.10-12; 2 Corintios 5,17-21; Lucas 15,1-3.11-32; Agenda Evangélica: 2.Corintios 1,3–7