Miércoles de cenizas
Llévense de aquí el arca del Dios de Israel. Devuélvanlo a su lugar, para que no nos mate a todos.
1 Samuel 5,11
Los filisteos se llevan el arca de la alianza como trofeo frente a la derrota de los israelitas. Lo dejan en Asdod, en el templo de su dios Dagón.
Parecía que el dios de los filisteos era más poderoso que el de los israelitas. Pero no. Ese Dios que parecía dormido, porque no había ayudado a los israelitas, comienza a manifestarse. Primero con el dios Dagón tirado a los pies del arca, en señal de sumisión. Después el mismo dios, aparece tirado y con su cabeza y brazos quebrados. Dichas partes representaban el poder.
Pero, esto no termina aquí, porque los habitantes de aquel lugar sufren la muerte y comienzan a llenarse de tumores. Los filisteos piensan que es casual, y mandan el arca a otra ciudad donde sucede lo mismo, y así sucesivamente a cada lugar donde se traslada.
Finalmente reconocen que hay un poder extraordinario, y ya nada quieren saber con este Dios que los castiga. Deciden devolver el arca.
Muchas veces nos pasa, que no queremos o no podemos reconocer el poder de Dios. En nuestra vida anteponemos a otros dioses, -dinero, poder, lujos, placeres- al único Dios y verdadero.
Creemos que nos podemos manejar solos, que no necesitamos de nadie.
Una y otra vez él viene a recordarnos que quiere ser el Señor de nuestra vida. Nos invita. No ya desde el miedo y el terror como lo hizo con los filisteos, sino desde el amor mismo. Ese amor tan grande que le hizo entregar a su propio hijo, a Jesucristo, para que todos pudiéramos ser salvos.
Juan Dalinger
1 Samuel 5,1-12