Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Romanos 8,39

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Estas palabras que Pablo escribió para dar esperanza a los cristianos oprimidos por el imperio Romano tienen una fuerza y transmiten una fe incomparable, y una actualidad permanente. Son palabras vivas, fuertes, empoderantes, consoladoras; y están llenas de una ternura tal que no pueden provocar otra cosa que crecer en la fe verdadera y profunda.

Nos dicen que nunca estamos en soledad, aun cuando estemos en el más vasto de los desiertos, en el más oscuro de los pozos, ante la más terrible de las muertes, el amor de Dios revelado en Cristo, nos acobija y nos alimenta. Sólo su amor nos une a Dios.

Pablo sostiene enfáticamente que no hay sufrimiento, dificultad, carencia, peligro o incluso muerte que pueda desligarnos del Dios de amor.

Esto me hace pensar que muchas veces las religiones para ganar adeptos, para convencer, o convertir al hermano, previamente lo desligan o separan de Dios de tal forma que los convencen de que son verdaderos parias de Dios. Esas falsas religiones son verdaderas fábricas de impuros, pecadores, contaminados, pervertidos, etc. Piense cuántas veces en lugar de acercar a alguien a Dios, lo ha considerado lejano, perdido, condenado, o ha pensado eso de usted mismo. Entonces surge el método o la fórmula mágica que lo saca de esa lejanía de Dios.

Martín Lutero siempre luchó con ese concepto de lejanía de Dios. En el monasterio no alcanzaba a sentirse plenamente salvado, querido por Dios. Pretendía entonces ganarse la salvación religiosamente. Hasta que en esta carta a los Romanos que leemos encontró, comprendió y creyó que ya poseía la misericordia infinita de Dios y su amor misericordioso. Comprendió plenamente que nada puede separarlo del amor de Dios en Cristo.

Es bueno preguntarse entonces: ¿Qué clase de religión tengo? ¿Una “religión” que me hace sentir desligado de Dios o una que me hace saber que nada puede separarme de su amor?

Nada te turbe, nada te espante, quien amor de Dios tiene nada le falta. (Canto y Fe Nº 430)

Romanos 8,31-39

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