De Sión saldrá la enseñanza del Señor, de Jerusalén vendrá su palabra. El Señor juzgará entre las naciones y decidirá los pleitos de pueblos numerosos. Ellos convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. Ningún pueblo volverá a tomar las armas contra otro ni a recibir instrucción para la guerra. ¡Vamos, pueblo de Jacob, caminemos a la luz del Señor!
Isaías 2,3-5
¿Un sueño? ¿Una utopía? ¿Tan sólo una ilusión? Nada de eso. Es una promesa.
Es promesa de Dios que hunde sus raíces en la historia de un pueblo y que crece entre las malezas de los malos recuerdos y las incertidumbres que sembraron en el pueblo las amargas experiencias de humillación y maltrato sufridos en el exilio.
Es promesa que va llenándolo todo con el agradable perfume de la esperanza, despertando en el pueblo la pasión por reconstruir su dignidad y su soberanía más allá de todo.
El Señor restaurará la vida de su pueblo. Lo que antes servía para matar, será usado para alimentar. Habrá comida suficiente. El pan estará asegurado, y con ello también la paz. Porque no hay paz si la distribución de los bienes no alcanza para todos.
Esa es la enorme y certera esperanza que alimenta la vida del pueblo, en especial la de aquellos que desde la fe se comprometen cada día en la construcción de un mundo más humano, imagen y semejanza de aquello que Dios quiere.
Que esta esperanza llene tu vida, la mía y la de nuestro pueblo también. ¡Amén!
Por eso hoy tenemos esperanza; por eso es que hoy luchamos con porfía; por eso es que hoy miramos con confianza, el porvenir en esta tierra mía. (Canto y Fe Nº 223)
Leonardo Schindler
Isaías 2,1-5