Vi entonces unos tronos, y sobre ellos estaban sentados los que recibieron la autoridad para juzgar. También vi las almas de los que fueron decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios.
Apocalipsis 20,4
Por un lado tenemos aquí el tema de la autoridad, desde donde se va a juzgar. En este relato la autoridad está conferida a quienes fueron decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. No se trata del autoritarismo de los reinos humanos ni de los gobernantes divinizados, sino de aquellas personas que fueron fieles a Cristo hasta el martirio.
¿A quién servimos nosotros hoy? ¿A qué causa? ¿A la causa de Cristo que tiene que ver con el respeto y el cuidado de las personas?
¿Y hasta dónde nos jugamos en ello? ¿Cuánto hacemos por quienes tienen los derechos vulnerados? ¿O sentimos muchas veces que nosotros somos víctimas de un sistema socio-político frente al cual nos quedamos paralizados?
Recordemos que nuestro recurso es la fe. Ésta nos debe llevar a unirnos para dar voz a quienes no tienen voz. En nuestra sociedad hay muchas personas que sufren violencia: niños, niñas, mujeres, ancianos y varones… desde lo familiar y lo laboral. ¿Qué decimos como iglesia al respecto? Nosotros, nosotras, tenemos la posibilidad de dar la palabra a quienes no pueden ser escuchados en otros ámbitos. Tenemos así la responsabilidad de transformar el clamor en denuncia ante quienes corresponda; y además de hospedar en nuestros recintos a esas personas que sufren.
La esperanza es pobre y frágil, va sin carga y nada guarda. La esperanza es indefensa, va sin armas y libre anda. En Jesús está su fuerza, en sus pasos, sus palabras. (Juan Damián, canción “La esperanza no es ansia”, Canto y Fe Nº 227).
Wilma E. Rommel
Apocalipsis 20,1-6