Yo sé que vives donde Satanás tiene su trono; sin embargo sigues fiel a mi causa. No renegaste de tu fe en mí… Apocalipsis 2,13

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La fe: Una vez leí que “la fe no es un juego de niños, ni consuelo de ancianos, ni refugio de cobardes”. (J.Correa)

La fe es algo que trasciende lo que se ve, lo que se pesa, lo que se mide. La fe es un riesgo, una aventura. Es aceptar cuando Dios nos llama, como lo hizo con Abraham, o cuando Jesús nos invita con un “sígueme”, como lo hizo con Mateo, con Pedro, con Andrés y muchas mujeres sanadas.

La fe es confiar, abandonarse, entregarse, es mirar hacia adelante teniendo la certeza de que vendrán tiempos mejores.

La fe, como dice Pablo, es un escudo que nos libra de las flechas encendidas del maligno. (Efesios 6,16)

Pero una cosa es definir la fe, y otra muy diferente es vivirla, experimentarla, sentirla. A veces nuestra fe es tan pequeña como un grano de mostaza. A veces es zarandeada como el trigo (Lucas 22,31) y otras veces es probada como el oro en el fuego (1 Pedro 1,7).

Sí, muchas circunstancias difíciles ponen en “jaque” nuestra vida espiritual y amenazan con desestabilizarnos.

Pero no menos penoso fue para los cristianos de Pérgamo. Ellos estaban amenazados todo el tiempo por negarse a adorar al emperador. Y a pesar de la persecución que tuvieron que soportar, siguieron reteniendo el nombre de Cristo y no renegaron de su fe.

Al contrario, los creyentes de Pérgamo mantuvieron valientemente su fe y su fidelidad en el Señor de la vida. Y esa es la razón por la que fueron elogiados.

Que ninguna circunstancia, por difícil que sea, nos haga desertar o abandonar la fe.

Aunque el tiempo se presente muy difícil y se aumente entre nosotros la aflicción, que no caiga la esperanza, hermana mía, ni se apáguela luz del reino de Dios. (Canto y Fe Nº 237)

Stella Maris Frizs

Apocalipsis 2,12-17

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