Solamente nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado hacer con todo cuidado.
Gálatas 2,10
Dejé de observar cómo viste la gente y tantas otras superficialidades poco relevantes.
Observo las actitudes, lo cual me lleva a la pregunta ¿qué nos está pasando? Es cuestión “de suerte” si alguien saluda gentilmente, o en nuestro círculo más íntimo abrazarnos, reír juntos y decirnos: “te quiero, eres muy importante para mí”. ¿Será este tipo de pobreza a la cual se refiere Dios?
Soy una fiel creyente, y estoy convencida de que si nos tratáramos con respeto, amor y empatía, sobrellevaríamos todas nuestras cargas con mayor liviandad. Son los gestos simples, pero sinceros, los que nos fortifican pero también nos sensibilizan, gestos simples que son una vitamina para el alma. Alimentemos nuestras almas, pero también alimentemos las almas de los otros.
Con el buen trato podremos lograr milagros. Un docente, que se dirige a sus alumnos con un trato amable y un lenguaje adecuado, también puede lograr que aprendan, sin inculcar el miedo, porque el miedo nos bloquea, nos encierra y no nos permite ser creativos. Nos ahorraríamos un popurrí de medicamentos contra tantas enfermedades producidas quizás por angustias, preocupaciones.
Apreciar lo bello de la vida, observar lo que pocas veces observamos (la naturaleza, nuestra familia). Agradecer lo que nunca agradecemos, un hogar, que es mucho más que una casa, una familia o simplemente el hecho de estar aquí.
Le propongo a usted que en este momento está leyendo esta meditación “seriamente”, enfrentarse al siguiente desafío: con una sonrisa en el rostro salga a la calle y regale una sonrisa con un gesto amable, notará cómo todo cambia. No permitamos que el buen trato se extinga, sino que se extienda. Esta es una actitud para prevenir la “pobreza emocional”.
Marianna Würgler
Gálatas 2,1-10