Aquel cuya alma no es recta es un arrogante, pero el justo por la fe vivirá.
Habacuc 2,4
Lutero descubre en la carta del apóstol Pablo a los Romanos (1,17) que el justo por la fe vivirá. Frase que aparece en nuestro texto para hoy.
La justicia de Dios: sólo Cristo, fue la piedra fundamental que desencadenó el movimiento de la Reforma. Por mucho tiempo Lutero vio (percibió) a Dios como un ser terrible, que castigaba en vida y condenaba después de la muerte. Esta comprensión (imagen) de Dios estaba basada en lo que se creía era la justicia de Dios contra el pecador. Se entendía la justicia de Dios como lo que correspondía dar como castigo a cada pecado (pecador). De acuerdo con este entendimiento (comprensión) una persona justa tenía derecho a recompensas y aquella que comete pecado debe recibir el debido castigo. O sea, la justicia divina era vista como la sentencia judicial que declara al ser humano culpable por causa de su pecado. En esa relación con Dios, Lutero hizo penitencias y buenas acciones y no conseguía encontrar paz interior. Cuanto más procuraba acercarse a Dios, sentía lo contrario, que se apartaba de Dios. Hasta que su vida cambió cuando comprendió que la justicia divina no es castigar sino JUSTIFICAR. Dios no tolera el pecado, pero no quiere el mal para el pecador, no quiere condenar y castigar, quiere ayudarle a salir del pecado. Así, en vez de aplicar castigo ofrece perdón. Así la justicia divina aplica (declara salvación) rescate del ser humano por el sacrificio de Cristo. Esto es la justificación. Cristo recibe el castigo y los pecadores reciben el perdón por ella. Esa extraña (increíble, admirable) sentencia surge de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Estar en la justicia de Dios es estar en el conocimiento de Cristo y sólo Cristo.
No hay otro juicio y sentencia. (Traducido y adaptado de un material de la IECLB)
Y andaremos por el mundo con fe y esperanza viva, celebrando, cantando, sonriendo, luchando por la vida. (Canto y Fe Nº 221)
Aurelia Schöller
Habacuc 2,4-20