Dile al pueblo: “Así ha dicho el Señor de los ejércitos: Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes”.

Zacarías 1,3

Nos ubicamos en el tiempo de la reconstrucción, el retorno del exilio y la disposición para edificar un nuevo templo en Jerusalén. Un exilio significa pérdidas, abandono, comenzar de nuevo en tierra extraña. No sólo existe la pérdida de la identidad, sino también, en muchos casos, la pérdida de la fe, del sustento espiritual. El profeta Zacarías es el portavoz de Dios para un nuevo tiempo del pueblo. La reconstrucción del templo supone también la reconstrucción de la fe, y ello se logra mediante la invitación de Dios quien espera, llama, convoca y reúne.

¡Cuántas personas viven en el exilio y deben reconstruir sus historias de vida, su identidad y su fe! Sobran ejemplos entre los africanos y los sirios que emigran a Europa. También en Latinoamérica recibimos refugiados de nuestro continente y de otros continentes.

¿No será que en nuestras iglesias podríamos ser refugio para muchas personas que no tienen un lugar seguro donde vivir? ¿O con quien conversar? ¿O donde pedir referencias que las ayuden a ubicarse en la sociedad?

Los exilios, las migraciones, la trata de personas, la búsqueda de trabajo y estudio en otras localidades o países provocan dramáticos cambios en millones de personas. Como Iglesia no debemos quedar indiferentes, pues debemos reconocer que la propia conformación de numerosas congregaciones se dio por la afluencia de hermanas y hermanos de diversas procedencias.  Una iglesia local constituye en sí misma la imagen viva de la dispersión reconciliada.

Quédate con nosotros, Señor de la esperanza, el mundo que tú amas hoy lucha por vivir. (Canto y Fe Nº 360).

Wilma E. Rommel – Álvaro Michelin Salomon

Zacarías 1,1-6

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