Él midió los cuatro costados, y allí había un muro circundante de doscientos cincuenta metros de largo por doscientos cincuenta de ancho, para separar lo sagrado de lo profano
Ezequiel 42,20
Ezequiel denuncia que el Señor había abandonado el templo, porque allí se había instalado la corrupción. La caída había acontecido por la unión entre lo político, la codicia de poder y la idolatría, entre los príncipes y todo el pueblo.
En el contexto del exilio, este profeta hace hincapié en las leyes, en los ritos, diferenciando entre lo sagrado y lo profano, los ritos de purificación que son necesarios para la continuidad de su fe y del pueblo.
Ezequiel tiene una visión: la de la construcción del nuevo templo, símbolo de la presencia de Dios entre ellos. Pero insiste en la separación de lo sagrado de lo profano. ¿Y qué es lo sagrado? Se caracteriza por el sentimiento de un poder superior y se relaciona con la noción de separación o trascendencia. Y lo profano, el espacio sin Dios.
Hoy día encontramos a personas y grupos religiosos que aún profesan esta necesidad de leyes, reglas, y segregan a las que no las cumplen. Tanto en el área del cuidado del ambiente, como en el acompañamiento a mujeres, he escuchado respuestas como lo que “si es del mundo, no se metan, no es de Dios”.
Pero en el Evangelio tenemos textos que hablan de la contradicción entre el cumplimiento de la ley a secas y el amor de Dios, como las sanaciones en un día de reposo; de las contradicciones entre las purificaciones externas cuando aún lo interno está mal.
De nuevo, ¿qué es lo sagrado? Es sagrada la tierra, el agua, la Creación, nuestros cuerpos, blancos, negros, pobres, de mujeres, de niñas y niños, cuerpos profanados por la codicia de unos pocos y poderosos, que se han quedado con los recursos que son de todas, de todos.
Dios está actuando en el mundo y no separado de él.
“Ya no durmáis, no durmáis, pues que no hay paz en la tierra. No haya ningún cobarde, aventuremos la vida, no hay que temer no durmáis, aventuremos la vida.” (Sólo Dios Basta – Sta. Teresa de Jesús).
Malena Parras
Ezequiel 42,16 –43,12