Jesús estaba orando en un lugar; cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar.
Lucas 11,1
Probablemente ese discípulo que vio a Jesús orando pensó: ¡qué maravilla poder tener una experiencia espiritual como la del maestro! Lógicamente, entonces, le pidió que le enseñara cómo lograrlo.
Ante este pedido, la respuesta de Jesús es que a orar se aprende orando. En la vida espiritual, como en las demás dimensiones de la vida, no se aprende lo que no se practica. Si queremos experimentar los frutos de la oración, no hay otro camino que orar, que buscar con la persistencia propia de la fe el contacto y la comunión con Dios.
Me imagino que aquel discípulo también pensó: sumergirse en las profundidades de la comunión con Dios debe requerir una iniciación y un conocimiento especial de los misterios de Dios – tal como lo planteaban las religiones esotéricas de la época. O quizás, recordando su pasado con Juan el Bautista, supuso: «La oración profunda debe requerir retiro y ascetismo para purificar el espíritu».
Pero lejos de todo eso, Jesús sólo le enseña una pequeña y sencilla oración que debe servirle a él y a todos los creyentes como modelo. El Padrenuestro, más que una oración para ser repetida de memoria, apunta a darnos las claves de la oración, y estas claves son: la alabanza – así comienza y termina el Padrenuestro; el Reino como horizonte y compromiso de vida;
y que Dios tenga lugar y obre en nuestra cotidianeidad.
Siguiendo esas claves, nuestra oración será siempre una puerta abierta a la comunión con Dios.
Oración:
Venga tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Raúl Sosa
Lucas 11,1-4