Aconteció un día, que Jesús entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Vamos al otro lado del lago. Y partieron. Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban. Y vinieron a él y le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza.

Lucas 8,22-24

¿Alguna vez temió por su vida? Hablo del temor por la certeza de que se está realmente en peligro de muerte. Yo sí, en la ruta, con la camioneta cargada al límite con cemento. En una larga bajada con curva un desperfecto mecánico me dejó sin caja de velocidades y los frenos no pudieron con la inercia. Por el peso, tampoco la dirección acompañaba. Fue la curva más larga de mi vida. Rogaba casi a gritos a Dios que no me deje solo… ¡por favor, Señor, que de frente, al salir de la curva, no venga nadie!… pues ya estaba en la mano contraria sosteniendo el volante con todo mi cuerpo para no desbarrancar. Hoy, pasados casi cuarenta años, todavía recuerdo el hecho y el alivio al ver la ruta totalmente libre para mí solo, a la salida de la curva.

Por supuesto que mi historia está lejos de parecerse a la de los discípulos en la barca junto a Jesús, pero quien haya tenido experiencia similar puede comprenderlos. Ellos sabían por experiencia que estaban cerca de la muerte pues se enfrentaban a una tormenta bravía, y en medio del temor no dudaron en acudir a Jesús. Hagámoslo, él sabrá cómo salir a nuestro encuentro.

Dice el himno: ”No tengas miedo, hay señal secreta…” (Canto y Fe Nº 204)

Norberto Rasch

 

Lucas 8,22-25

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