Pero además de todo lo que ya tengo preparado para el templo de mi Dios, entrego para el templo el oro y la plata que son de mi propiedad personal. Cien mil kilos del oro más fino, doscientos treinta mil kilos de plata refinada para cubrir las paredes de los edificios.

1 Crónicas 29,3-4

El cronista quizás un poco exageradamente destaca el valor que tenía para David el proyecto de construir el templo de Jerusalén. Su ofrenda es muy generosa.
Me remite a pensar en el esfuerzo y las donaciones que en muchos lugares de nuestra iglesia hicieron y hacen los miembros y vecinos para construir los templos en sus pueblos, ciudades y campos. Muchas veces no había mucho que ofrendar y entonces se ofrendó el trabajo.
Algunas veces esos templos quedaron vacíos y se vendieron para viviendas, graneros o teatros, porque la población migró a otro lugar. Muchas veces se volvió a construir el templo en esos lugares de nuevas barriadas. ¡Cuántas y variadas historias tiene nuestra iglesia de la construcción de nuestros queridos templos, adonde aprendimos a congregarnos y alimentar nuestra fe!
Recuerdo mi primera práctica pastoral como estudiante de teología en Katueté, Paraguay. Por la década del 80, partimos para celebrar un culto con la pequeña camioneta conducida hábilmente por un miembro de la Comisión Directiva por caminos de tierra colorada y puentes de dos troncos. Por casi picadas nuevas entre inmensos árboles, debimos atravesar barreras pidiendo autorización para continuar, y entre selva y “matto” observamos carpitas de nylon, con todo quemado alrededor, adonde se establecían nuevas familias. Llegamos por fin a un templo muy sencillo en un alto, construido totalmente de madera. No había llegado nadie todavía. Pacientemente esperamos y poco a poco se fueron acercando tímidamente las familias de colonos, con muchos hijos, muy humildes y serios. Se los notaba tímidos, amables y con ojos curiosos, al igual que los nuestros. La mayoría había perdido varios hijos, según nos relataban las madres. Y también contaban que para comprar harina, debían caminar varios kilómetros. Me quedé pensando en el esfuerzo que debieron hacer para construir ese templo aquellos colonos, tal vez incluso antes de terminar su casa.
Señor, gracias por las manos que se brindan para construir la casa de la comunidad, tu casa. Amén.

Rubén Carlos Yennerich Weidmann

1 Crónicas 29,1-22

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