¡Bendito sea el Señor tu Dios, que te vio con agrado y te puso sobre su trono para que fueras su rey!
2 Crónicas 9,8
Fue lo que dijo la reina de Sabá, después de que visitara al rey Salomón, atraída por su fama de justo y sabio, También por el lujoso templo que había construido. Además, le trajo costosos obsequios según el relato del Antiguo Testamento.
¿Qué habría detrás del telón? ¿Una Reina desconocida, de un país lejano haciendo referencia a un Dios desconocido para ella? En tiempos políticos modernos pensaríamos en una alianza estratégica, pues si a ese rey le favorecen sus dioses, mejor andar bien con él.
El relato dice que la reina hizo una buena cantidad de preguntas al rey sabio y todas fueron contestadas satisfactoriamente… ¿qué preguntas habrá hecho, respecto de Dios o respecto de su poder como rey? ¿Sobre qué habrá indagado?
Seguramente Salomón no pudo esquivar en su relato que el reino que ella veía había sido construido en un espacio usurpado a los cananeos con guerras y matanzas, que el templo estaba construido en una ciudad otrora sitiada y ganada en batalla feroz, que esa historia estaba llena de relatos y hechos de engaños, adulterios, baños de sangre. Que ni él ni sus antecesores eran de la línea de “paz y amor” sino todo lo contrario. Que desde la mismísima salida de Egipto sacaban canas verdes a Moisés y que en el desierto habían tenido la experiencia de un Dios dirigiéndose a ellos con ira pero ahora… ahora hay un pacto de paz con Él y los llama al arrepentimiento y a la conversión y con ello tendrán prosperidad, no la que se ve con un templo fastuoso, sino prosperidad de todo un pueblo con igualdad de justicia para todos.
Seguramente de esto quedó impactada la reina de Sabá todavía sin saber que ese mismo Dios se ofrecería él mismo para sellar definitivamente ese pacto.
Norberto Rasch
2 Crónicas 9,1-12.29-31