“¡No tenemos nada que ver con David! ¡Ninguna herencia compartimos con el hijo de Jesé! ¡Cada uno a su casa, israelitas! ¡Y David que cuide de su familia!”

2 Crónicas 10,16

“Así fue como se independizó Israel de David”.
Tantas veces la independencia, a regañadientes por quienes se empoderan de la vida ajena, y negociada, hasta concedida a sus legítimos “poseedores”, no es más que la prueba del arrebato de la misma. Y a través de los siglos y las geografías…
La independencia en sí, anunciada en Juan 8,32b: “la verdad os hará libres”, por encima de las circunstancias, nos impulsa a luchar por ella, siempre en favor de quienes son sometidos por la ignorancia o la indefensión.
Y Jesús nos llama a llevar su yugo, suave. Entonces, qué nos puede hacer dudar en proclamar o padecer por ello. Si volcarla sobre las realidades más diversas, no es sino un desafío. Así sea desde lo más insignificante hasta lo más comprometido.
Imprimamos en nuestro cotidiano actuar, la liberación de tensiones, angustias, y de ofensas en las gestiones que emprendemos. Sembrando la Fortaleza del Espíritu Santo, a no vengar las injusticias, a no gestar ni represión ni opresión.
Danos la entereza y la voluntad de seguir tu llamado sin dudar, aun cuando no veamos en principio los frutos que pueden brotar en los demás. Sabiendo que los puentes que tendamos para comunicar tu Palabra, lleguen a los marginados o no lograron despertar a tu llamado o a quienes no le logramos allegar Tu Providencia.
Que sepamos ver Señor Tu Luz, dondequiera estemos, sin dejarnos subyugar o seducir por los falsos dioses del consumismo y la pereza, sino Tu Amor manifiesto restaurando nuestra dignidad de hijos.

Ana Oxenford

2 Crónicas. 10,1-19

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